Thursday, February 02, 2006

Elija su destino

La máquina, tesoro, me lo pedía sin ambages; casi me lo exigía. No, no era un “¿Te gusta conducir?” del que sale uno del paso sin despeinarse; un "¿Te falta Tefal?" que puedas ignorar yendo al baño.
Se acercaba tal vez a ese "¿a qué huelen las nubes?" que me sigue torturando y aún me hace mirar al cielo o al "¿y tú de quién eres?" de una empresa de refrescos que me pedía una apuesta inequívoca por un sabor determinado.
No; allí estaba, vida mía, fijo en su pantalla, en su ojo de cíclope. Aquel trasto no se iba a rendir hasta que le contestara. "Elija su destino", persistía, como condición sine qua non para seguir adelante y añadía –no sé si movido por la cortesía o por la impaciencia- "por favor".
Suelo comprar, cariño, el billete en una ventanilla convencional, atendida por una amable joven que no hace preguntas tan profundas; como mucho esboza un "buenas tardes" o "menudo tiempecito". Hoy estaba cerrada y esa frase me ha estropeado el viaje.
A Dios gracias la máquina había desplegado un abanico con algunas sugerencias. Cerré los ojos –el destino, pensé, debe ser ciego- y sin otra ayuda que el tacto pulsé en la pantalla sobre una de las posibilidades. Recogí el billete con la angustia del que escucha un veredicto y viajé hasta esta estación de cercanías. Al apearme, tú, una perfecta desconocida, te acercaste y me diste un tórrido beso en los labios. El niño que te acompañaba -tiene mis mismos ojos- me llamó papá.

Desde entonces soy el hombre más feliz del mundo.
¿Entiendes, corazón, por qué me emociono al ver un tren de Cercanías?

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